Del 14 de febrero al próximo 3 de mayo, la Fundación MAPFRE muestra en Madrid una selección de fondos del Museo d’Orsay de París de los pintores academicistas parisinos de finales del siglo XIX.
La exposición propone una recuperación de los pintores de Academia, que por lo general quedan algo denostados por la historiografía frente a la valoración que por su novedad se otorga a los pintores del Impresionismo y del Realismo. La cuidadosa selección pretende demostrar que también existió evolución y novedad dentro de la Academia, y que los autores que desarrollaron su carrera en el marco de los Salones parisinos fueron de una gran calidad, digna de revisión.
Quizá por su papel algo distinto en el panorama español de finales del siglo XIX, llama la atención el vínculo que la muestra exhibe entre el Simbolismo y el Academicismo, pues es en este movimiento en el que se insertan gran parte de las obras que la componen.
Merece especial atención el magnífico mini-site preparado por la Fundación MAPFRE para divulgar la exposición, de cuidados contenidos y con una amplia muestra de las obras expuestas, que permite formarse una idea completa de la misma. En él, se presenta la exposición con las siguientes palabras:
“A lo largo del siglo XIX, el Salón de París exponía de manera preferente las pinturas académicas, realizadas según los grandes géneros de la pintura tradicional: la historia, la mitología, la religión o el retrato. Todos ellos respondían a la norma del buen gusto artístico, dictado por la Academia de Bellas Artes de París, que sentaba sus bases en el estudio del desnudo, la corrección estilística, el dominio del dibujo sobre el color y el equilibro de las composiciones.
Los artistas académicos han sido vistos tradicionalmente como contrapeso del arte realista e impresionista, aquel que acabaría desembocando directamente en las vanguardias del siglo XX. Hoy podemos decir sin embargo, que pintores como Jean-Léon Gérôme, Alexandre Cabanel, o William Bouguereau trataron de modernizar la tradición académica desde dentro, haciendo evolucionar el género, y dando nuevas respuestas a la sociedad burguesa entonces en irrefrenable progresión, dentro de un mundo, también, en continua transformación y cambio.
Propuestas como El canto del cisne resultan una novedad en el panorama internacional; la exposición presenta por vez primera una selección de las grandes obras de los pintores académicos en los salones parisinos del siglo XIX, poniendo de manifiesto que este tipo de pintura, espléndida y refinada, heredera de la tradición, representa una de las páginas más brillantes de la historia del arte. El recorrido por la muestra ofrece una ordenación por géneros, similar a las consideraciones del propio Salón de París, lo que pone de relieve su ambivalencia: su capacidad de dialogar con la tradición y dar, a la vez, expresión artística a los cambios y tendencias de su tiempo.”
Por la relación en el tiempo con el arte realizado por un joven Félix Granda, nos resulta especialmente atractiva la sección “Reinventando la pintura religiosa”, en algunas de las cuales se intuyen las influencias que pudieron ayudar a formar el espíritu de nuestro artista particular.